Cuando recién iniciaba el grado 11 en el Colegio Seminario Corazonista tuvimos unas jornadas de orientación vocacional y profesional. Para ese momento creía que me dedicaría a salvar la vida de las personas, siendo un médico -como mi papá-, pero la vida me llevaría a un camino totalmente diferente.
Era el año 2007 y para ese momento me encontraba en el semillero de Medicina de la Universidad de Antioquia, llevaba asistiendo un poco más de un año, cada sábado sin falta. Recuerdo que todos los miércoles teníamos una hora de clase con nuestro tutor de grupo Hno. Ángel David Agudelo, y en uno de esos espacios nos llevó un test vocacional. De manera ingenua empecé a responder el cuestionario con la convicción de que mi vocación sería la medicina. En ningún momento dude de las respuestas que daba y pensaba que esto le resultaría más útil a algunos de mis compañeros que aún no tenían claro que iban a estudiar.
Pasaron algunas semanas antes de recibir el resultado del Test Vocacional, y cuando tuve en mis manos el reporte la sorpresa fue mayúscula. A pesar de que mis resultados para las profesiones relacionadas con el área de la salud no eran malos, las métricas que me orientaban por las profesiones del área de ciencias sociales y políticas eran mejores. Después de la entrega del reporte teníamos una sesión de orientación, atendiendo estos resultados. Recuerdo haber manifestado a la psicóloga que yo quería ser un médico como mi papá, que había estado asistiendo al semillero de Medicina, sin embargo sus consejos me hicieron cuestionarme sobre mis reales motivaciones para ser médico, y sobre todo una pregunta para la que no tuve respuesta en ese momento, y era si la medicina me apasionaba tanto como para orientar toda mi vida y mis acciones a dedicarme a ella.
Me gustaba sentir que ayudaba a las personas, que a través de mi conocimiento podría curar el dolor y el sufrimiento de otro ser humano. Había visto el trabajo de mi papá, y también había sido un asiduo asistente a las salas de urgencias y de cirugía -en calidad de paciente-, estaba agradecido con todos aquellos que por diferentes circunstancias me habían ayudado a sentirme mejor. De verdad me gustaba todo este mundo pero, a pesar de que intentaba hacerme proyecciones mentales, en ninguna sentía esa pasión de la que me hablaba la psicóloga de la orientación vocacional.
Ahí todas mis expectativas cambiaron. Empecé entonces a imaginarme en otras profesiones, me gustaba la arquitectura, me gustaba diseñar, construir estrategias. También me gustaba la adrenalina, me gustaba (aún hoy) volar. Y con todo esto, después de muchos días y de varias sesiones de orientación llegué a una conclusión: Quería ser un Abogado Penalista, quería ser un Defensor!
A partir de ese momento todo fluyó. Me inscribí al programa de Derecho que ofrecía la Universidad de Medellín, el cual me gustó por su enfoque y por la buena reputación que tenían sus egresados, principalmente en el área de derecho penal. Tuve la entrevista de ingreso con quien unos años más tarde sería mi mentor y a quien debo mucho de lo que soy hoy como profesional, a mi Maestro José Díaz Moncada.
Ser un Defensor para mí es una vocación, es una virtud y una profesión. Es una vocación porque siento el llamado de poner mi conocimiento, mi experiencia y mis habilidades al servicio de las personas para protegerlas de los abusos y excesos del Estado. Es una virtud porque orienta mis acciones al ideal de verdad y justicia que debe regir nuestras relaciones sociales y humanas. Y adicionalmente es mi profesión, la cual procuro ejercer diariamente con la mayor dignidad y ética, y con la que he adquirido un compromiso inquebrantable de estar en constante capacitación y entrenamiento para ofrecer lo mejor de mi a la sociedad y a mis clientes.
Un Defensor ayuda a las personas que tienen problemas legales, pero también, con su conocimiento y experiencia, puede ayudar a calmar la angustia y el dolor que produce a los sindicados y a sus familiares enfrentarse a un proceso penal. Los argumentos de un defensor protegen lo más valioso que tiene el ser humano: su libertad.
Ejerciendo mi profesión he llegado a lugares y he conocido personas que difícilmente a mis 17 años me hubiera imaginado conocer, y cada vez que me siento al lado de las personas que defiendo y empiezo con mi exposición, siento más adrenalina que cuando voy en un vehículo a alta velocidad. Defender es mi pasión.
Por eso, elegí ser un Defensor!
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